“MISERICORDIA DEL CIELO”

 

(Escrito por Federico Hernán Bravo)

 

PROLOGO

 

NOTA DEL AUTOR: El siguiente Fanfic contiene elementos de índole religiosa. Se recomienda discreción por parte del lector.

 

Este fanfic esta dedicado a mi amiga Mary, quien me alentó a desarrollar la historia que a continuación van a leer, cuando sentía que no podría hacerla.

 

***

 

L

a vi por primera vez aquella noche, parada delante del altar de la iglesia, a una hora en la que eran pocos los feligreses que se asomaban a rezar o pedir consuelo entre las grandes estatuas de mármol que representaban santos y ángeles, indistintamente colocadas en las esquinas del edificio.

 

Lo que más me llamo la atención de ella, era su aspecto físico y vestimenta. En mi profesión de sacerdote, había visto a mucha gente distinta y mas rara, por lo menos, en todos estos años que he oficiado misa en la Catedral de Saint Patrick, ubicada en la gran ciudad de Nueva York, pero algo me decía, en mi interior, que nunca habría esperado ver a una criatura como esa en semejante sitio.

 

Mientras mis ojos se posaban sobre ella, y entre mis manos sujetaba un ejemplar encuadernado en dorado de la Santa Biblia, ella pareció no darse cuenta de lo llamativo e inusual de su situación. Observaba fijamente, como hipnotizada, el gran crucifijo donde un Cristo Misericordioso tallado en madera, miraba hacia lo alto con una expresión de ruego mezclada con el dolor de su sufrimiento… un sufrimiento que lavaba los pecados del mundo.

 

Me le acerqué, decidido a averiguar algo más de ella.  Su semblante me hizo dar cuenta de que estaba en mitad de una gran aflicción, de una profunda meditación impropia para ella. Cuando me detuve a unos pocos pasos de donde estaba, pude apreciar más su aspecto físico y su ropa, tan insólitas como todo en ella, por cierto.

 

Se trataba de una jovencita, de cabellos teñidos de azul, con una piel tan pálida que parecía enferma; vestía con un extraño traje enjunto a su cuerpo, de una pieza, de un llamativo color rojo y unas botas iguales de insólitas. Cuando finalmente pareció salir de esa meditación que la agobiaba y fijó sus ojos en mi, me di cuenta de que definitivamente, estaba en presencia de un ser que a pesar de parecerse a un humano, no lo era…

 

¿Cómo describir sus ojos? Eran como dos pedazos de hielos azules incrustados en sus cuencas. La mirada que me dirigió era tan gélida y desprovista de humanidad, que sentí mi cuerpo tambalearse por un instante. Mi mano derecha sostenía todavía aquel ejemplar de la Biblia mientras que la izquierda se dirigió instintivamente hacia el interior de mis ropas, en mi cuello, para palpar la cruz de plata que solía llevar debajo del traje.

 

-Padre- dijo al fin ella. Su voz me sonó igual de inhumana, pero provista de un marcado tinte femenino que denotaba angustia- Padre…

 

Tragué saliva y la encaré. Me estaba dejando dominar por mis miedos y esto no era muy normal en mí. Según mis superiores, el Vaticano se jactaba de que yo solía ser el mejor sacerdote de todos los que existían, para encarar asuntos que pocos considerarían “normales”. Apelé a esa “sangre fría” mía y a la Fe en si, para sostenerme delante de aquella magnífica criatura salida de alguna parte y charlar con ella, como lo haría con cualquier persona más.

 

-¿Si, hija mía?- dije, sonriendo afablemente- ¿En que puedo ayudarte?

 

-Nadie puede ayudarme, sacerdote- replicó ella. No había amenazas en su voz, solo una profunda tristeza indefinida- Nadie puede ayudarme…- repitió, volviendo sus ojos gélidos hacia el altar- Vago sola, perdida, por la eternidad… no tengo hogar ni descanso… mi reino ha caído hace eones y ahora es como si no hubiera existido nunca…

 

No dije nada. Sencillamente asentí, sin interrumpirla. La extraña mujer se acercó más al altar y observó las velas encendidas, la multitud de velas que los fieles solían dejar con sus ruegos y plegarias.

 

-Estoy perdida- siguió diciendo, enarcando una ceja- ¿Cree que tenga realmente un propósito, sacerdote? ¿Cree realmente que yo sea parte de… un gran plan también?

 

-Todos formamos parte del plan de Dios, hija mía- aseveré, sin quitar mis ojos de ella- En su medida, todos somos parte del maravilloso plan de la Vida.

 

-La vida es una tortura para mi- replicó ella, observándome otra vez- Cada día que paso encerrada en este cuerpo, siento que muero… siento que me asfixio…

 

Silencio. La iglesia estaba sumida en el más completo de los silencios. Los pocos fieles que todavía estaban en la sala, comenzaban a retirarse. Solo quedaríamos, dentro de un rato, ella y yo en aquel sitio.

 

-¿Cómo te llamas, hija mía?- le pregunté- ¿Cuál es tu nombre?

 

Tardó en responder. Sus ojos gélidos parecían escrutar mi alma, penetrar en lo más profundo de mi ser.

 

-Illyria- dijo- Illyria es mi nombre… Era el nombre por el que me conocían mis adoradores y era el nombre que mis enemigos solían temer pronunciar en voz alta- hizo una pausa, miró al Cristo en el altar- Sin embargo, mi credo ha desaparecido tragado por los eones… mis templos se esfumaron, derrumbados por el inexorable paso del tiempo, que todo lo quita. ¿Qué soy mas que nada ahora, despojada de toda gloria, de todo esplendor? ¿Qué soy, encerrada dentro de este cuerpo humano detestable que se ha convertido en mi morada por la fuerza, ya que perdí el mío propio también? Nada soy, solo una reliquia de un mundo olvidado, solo un atisbo del pasado perdido… No hay misericordia para mi, sacerdote.

 

-Eso no es cierto, hija mía- repliqué- La misericordia de Dios es infinita y llega a todos… incluso, a ti.

 

-¿De verdad lo cree?- inquirió, angustiada- ¿De verdad piensa que su Dios puede tener realmente aprecio por un ser como yo?

 

-Si.

 

-Desearía que así fuera… Lo desearía con todas mis fuerzas.

 

-Así es, hija mía… No tienes que dudarlo.

 

-Padre… yo era una diosa en la antigüedad- dijo, sentándose en un banco cercano y mirando ahora a la nada, perdiendo sus gélidos ojos en la penumbra reinante en la iglesia- Gobernaba este mundo antes de que su raza surgiera en él… Era todo lo que necesitaban creer, la única verdad que existía. Mi reino se impuso por el miedo y el terror que mi sola presencia inspiraba… pero eso ha terminado. Mis enemigos me creyeron muerta, pero lo cierto es que no puedo morir… no puedo descansar- una expresión de angustia surcó su rostro blanco- Permanecí encerrada durante siglos en una tumba abandonada en el Pozo Mas Profundo, una suerte de prisión para los de mi raza en alguna parte de este mundo, hasta que fui liberada. Cuando recuperé la conciencia, me vi dentro de este cuerpo, un cuerpo que debí tomar ya que era lo más cercano que tenía y lo más fácil para mí de moldear a mi gusto. Muchos estaban perplejos por mi regreso, otros estaban molestos… yo había matado a la dueña de este cuerpo para poder vivir en él… se lo había arrebatado.

 

Asentí, en el más completo silencio. No me atreví a interrumpirla. Illyria continúo su relato.

 

-Intente restaurar mi gobierno en esta Tierra, pero fue inútil. Mi ejército estaba hecho polvo, mi templo destruido… No tenia razón de ser, pero entonces…- hizo una pausa- Entonces, él apareció. Era la única persona que realmente… sentía algo por mí. O en realidad, por la dueña del cuerpo que he robado… de todas formas, sé que era el único que podría entenderme. Él y sus amigos me ayudaron, a pesar del asco que yo sentía respecto a ellos y a la humanidad en general… Intentaron hacerme formar parte de su equipo. Con el tiempo, me sentí unida a ellos, quizás no del todo, pero me sentí parte de ellos en algunos momentos… creo que era porque mi naturaleza humana todavía estaba latente en este cuerpo. Me impregnaba como un olor fuerte, envolviéndome. Me uní a ellos finalmente y juntos, tuvimos la Gran Batalla Final, en donde se decidiría la suerte de este mundo…

 

Illyria enmudeció, de repente, suspirando dolorida. No dije nada, en espera de que continuara.

 

-…Pero a mi no me importaba todo esto, sacerdote- dijo, luego de un rato- Él había muerto, delante de mi, momentos antes y el dolor que me embargaba era terrible. Me sentía mal… todo era nuevo para mi, pero me di cuenta entonces que estaba experimentando por él ese sentimiento que ustedes, los humanos, llaman “amor”- hizo una pausa- Lo amaba.

 

Sonrió. Era la sonrisa mas triste que vi en ser alguno. No había burlas en esa sonrisa ni sarcasmos, solo tristeza.

 

-Ojala pudiera habérselo dicho… decirle que realmente, llegue a amarlo- Illyria meneo la cabeza, mientras decía esto- Pero ya no importaba… nada importo. Los ejércitos del Mal nos asediaban a todos… nos reunimos en un callejón, donde deberíamos pelear la ultima batalla…

 

-¿Y que paso, hija mía?

 

-Nada, Padre- sus ojos gélidos volvieron a mirarme- No tuve el valor para estar con ellos en ese combate… Me fui. Tengo el poder para viajar por el Tiempo, sacerdote. El velo de la realidad se tuerce a mi entera voluntad. Los deje antes de saber si el Mal ganaría o ellos… me hundí en un abismo de eras incalculables, vagando sin rumbo fijo entre Tiempos y Dimensiones, buscando una razón de ser, una Misericordia para mi… ¿Alma? Creo que esa es la palabra… ¿Tengo yo alma, Padre?

 

-Todos lo seres vivos tienen alma, hija mía.

 

-Los vampiros no la tienen, sacerdote- replicó- Pero los que yo conocí, si. Ellos tenían alma y me acogieron entre su grupo… y yo les pague dejándolos en la incertidumbre de una batalla final que sé que no ganarían. Los deje… solos.

 

Otro silencio profundo se abatió sobre nosotros. Tomé asiento muy cerca de Illyria, entre fascinado y confundido por la historia que me estaba contando. No entendía mucho de todo, pero no estaba allí para inquirir demasiado al respecto. Sabia que Illyria tenia algo para mi, tenia que contarme una revelación que seria mas importante que todo lo que había dicho hasta ahora y eso si tendría sentido para mi existencia.

 

-Vagué por los siglos perdidos en busca de algo… no sabia de que, pero entonces, mi viaje eterno, mi deambular me condujo a una época y lugar donde encontré y presencie cosas que tal vez me enseñaron algo que no quiero reconocer todavía. Algo que tiene que ver con… Él.

 

Illyria señaló al Cristo en la cruz.

 

-Dígame, Padre… ¿Cree que Él es el Hijo de Dios realmente?

 

-Si. Yo creo que si- contesté- ¿Y tú, hija?

 

-Yo… solo sé lo que vi… lo que mis ojos me mostraron- hizo una pausa larga, antes de proseguir- ¿Quiere oírlo? ¿Quiere escuchar de mi boca el relato de mi viaje a la época en la que Él vivió?

 

-Llegaste a mí para hablar, hija mía… Tienes algo que quieres contar. No sé si eres realmente humana o no… no se bien que clase de ser seas, pero no voy a juzgarte, te lo aseguro. Habla, hija mía… cuéntame lo que viste, desahoga tu alma… Cuéntame que viste.

 

Illyria suspiró y entonces, empezó con su largo relato, un relato que se haría carne en mi alma cuando finalizara y que quiero compartir con todos ustedes, a partir de ahora, tal y como ella me lo contó…

 

 

 

CONTINUARA…

“MISERICORDIA DEL CIELO”

 

(Escrito por Federico Hernán Bravo)

 

PROLOGO

 

NOTA DEL AUTOR: El siguiente Fanfic contiene elementos de índole religiosa. Se recomienda discreción por parte del lector.

 

Este fanfic esta dedicado a mi amiga Mary, quien me alentó a desarrollar la historia que a continuación van a leer, cuando sentía que no podría hacerla.

 

***

 

L

a vi por primera vez aquella noche, parada delante del altar de la iglesia, a una hora en la que eran pocos los feligreses que se asomaban a rezar o pedir consuelo entre las grandes estatuas de mármol que representaban santos y ángeles, indistintamente colocadas en las esquinas del edificio.

 

Lo que más me llamo la atención de ella, era su aspecto físico y vestimenta. En mi profesión de sacerdote, había visto a mucha gente distinta y mas rara, por lo menos, en todos estos años que he oficiado misa en la Catedral de Saint Patrick, ubicada en la gran ciudad de Nueva York, pero algo me decía, en mi interior, que nunca habría esperado ver a una criatura como esa en semejante sitio.

 

Mientras mis ojos se posaban sobre ella, y entre mis manos sujetaba un ejemplar encuadernado en dorado de la Santa Biblia, ella pareció no darse cuenta de lo llamativo e inusual de su situación. Observaba fijamente, como hipnotizada, el gran crucifijo donde un Cristo Misericordioso tallado en madera, miraba hacia lo alto con una expresión de ruego mezclada con el dolor de su sufrimiento… un sufrimiento que lavaba los pecados del mundo.

 

Me le acerqué, decidido a averiguar algo más de ella.  Su semblante me hizo dar cuenta de que estaba en mitad de una gran aflicción, de una profunda meditación impropia para ella. Cuando me detuve a unos pocos pasos de donde estaba, pude apreciar más su aspecto físico y su ropa, tan insólitas como todo en ella, por cierto.

 

Se trataba de una jovencita, de cabellos teñidos de azul, con una piel tan pálida que parecía enferma; vestía con un extraño traje enjunto a su cuerpo, de una pieza, de un llamativo color rojo y unas botas iguales de insólitas. Cuando finalmente pareció salir de esa meditación que la agobiaba y fijó sus ojos en mi, me di cuenta de que definitivamente, estaba en presencia de un ser que a pesar de parecerse a un humano, no lo era…

 

¿Cómo describir sus ojos? Eran como dos pedazos de hielos azules incrustados en sus cuencas. La mirada que me dirigió era tan gélida y desprovista de humanidad, que sentí mi cuerpo tambalearse por un instante. Mi mano derecha sostenía todavía aquel ejemplar de la Biblia mientras que la izquierda se dirigió instintivamente hacia el interior de mis ropas, en mi cuello, para palpar la cruz de plata que solía llevar debajo del traje.

 

-Padre- dijo al fin ella. Su voz me sonó igual de inhumana, pero provista de un marcado tinte femenino que denotaba angustia- Padre…

 

Tragué saliva y la encaré. Me estaba dejando dominar por mis miedos y esto no era muy normal en mí. Según mis superiores, el Vaticano se jactaba de que yo solía ser el mejor sacerdote de todos los que existían, para encarar asuntos que pocos considerarían “normales”. Apelé a esa “sangre fría” mía y a la Fe en si, para sostenerme delante de aquella magnífica criatura salida de alguna parte y charlar con ella, como lo haría con cualquier persona más.

 

-¿Si, hija mía?- dije, sonriendo afablemente- ¿En que puedo ayudarte?

 

-Nadie puede ayudarme, sacerdote- replicó ella. No había amenazas en su voz, solo una profunda tristeza indefinida- Nadie puede ayudarme…- repitió, volviendo sus ojos gélidos hacia el altar- Vago sola, perdida, por la eternidad… no tengo hogar ni descanso… mi reino ha caído hace eones y ahora es como si no hubiera existido nunca…

 

No dije nada. Sencillamente asentí, sin interrumpirla. La extraña mujer se acercó más al altar y observó las velas encendidas, la multitud de velas que los fieles solían dejar con sus ruegos y plegarias.

 

-Estoy perdida- siguió diciendo, enarcando una ceja- ¿Cree que tenga realmente un propósito, sacerdote? ¿Cree realmente que yo sea parte de… un gran plan también?

 

-Todos formamos parte del plan de Dios, hija mía- aseveré, sin quitar mis ojos de ella- En su medida, todos somos parte del maravilloso plan de la Vida.

 

-La vida es una tortura para mi- replicó ella, observándome otra vez- Cada día que paso encerrada en este cuerpo, siento que muero… siento que me asfixio…

 

Silencio. La iglesia estaba sumida en el más completo de los silencios. Los pocos fieles que todavía estaban en la sala, comenzaban a retirarse. Solo quedaríamos, dentro de un rato, ella y yo en aquel sitio.

 

-¿Cómo te llamas, hija mía?- le pregunté- ¿Cuál es tu nombre?

 

Tardó en responder. Sus ojos gélidos parecían escrutar mi alma, penetrar en lo más profundo de mi ser.

 

-Illyria- dijo- Illyria es mi nombre… Era el nombre por el que me conocían mis adoradores y era el nombre que mis enemigos solían temer pronunciar en voz alta- hizo una pausa, miró al Cristo en el altar- Sin embargo, mi credo ha desaparecido tragado por los eones… mis templos se esfumaron, derrumbados por el inexorable paso del tiempo, que todo lo quita. ¿Qué soy mas que nada ahora, despojada de toda gloria, de todo esplendor? ¿Qué soy, encerrada dentro de este cuerpo humano detestable que se ha convertido en mi morada por la fuerza, ya que perdí el mío propio también? Nada soy, solo una reliquia de un mundo olvidado, solo un atisbo del pasado perdido… No hay misericordia para mi, sacerdote.

 

-Eso no es cierto, hija mía- repliqué- La misericordia de Dios es infinita y llega a todos… incluso, a ti.

 

-¿De verdad lo cree?- inquirió, angustiada- ¿De verdad piensa que su Dios puede tener realmente aprecio por un ser como yo?

 

-Si.

 

-Desearía que así fuera… Lo desearía con todas mis fuerzas.

 

-Así es, hija mía… No tienes que dudarlo.

 

-Padre… yo era una diosa en la antigüedad- dijo, sentándose en un banco cercano y mirando ahora a la nada, perdiendo sus gélidos ojos en la penumbra reinante en la iglesia- Gobernaba este mundo antes de que su raza surgiera en él… Era todo lo que necesitaban creer, la única verdad que existía. Mi reino se impuso por el miedo y el terror que mi sola presencia inspiraba… pero eso ha terminado. Mis enemigos me creyeron muerta, pero lo cierto es que no puedo morir… no puedo descansar- una expresión de angustia surcó su rostro blanco- Permanecí encerrada durante siglos en una tumba abandonada en el Pozo Mas Profundo, una suerte de prisión para los de mi raza en alguna parte de este mundo, hasta que fui liberada. Cuando recuperé la conciencia, me vi dentro de este cuerpo, un cuerpo que debí tomar ya que era lo más cercano que tenía y lo más fácil para mí de moldear a mi gusto. Muchos estaban perplejos por mi regreso, otros estaban molestos… yo había matado a la dueña de este cuerpo para poder vivir en él… se lo había arrebatado.

 

Asentí, en el más completo silencio. No me atreví a interrumpirla. Illyria continúo su relato.

 

-Intente restaurar mi gobierno en esta Tierra, pero fue inútil. Mi ejército estaba hecho polvo, mi templo destruido… No tenia razón de ser, pero entonces…- hizo una pausa- Entonces, él apareció. Era la única persona que realmente… sentía algo por mí. O en realidad, por la dueña del cuerpo que he robado… de todas formas, sé que era el único que podría entenderme. Él y sus amigos me ayudaron, a pesar del asco que yo sentía respecto a ellos y a la humanidad en general… Intentaron hacerme formar parte de su equipo. Con el tiempo, me sentí unida a ellos, quizás no del todo, pero me sentí parte de ellos en algunos momentos… creo que era porque mi naturaleza humana todavía estaba latente en este cuerpo. Me impregnaba como un olor fuerte, envolviéndome. Me uní a ellos finalmente y juntos, tuvimos la Gran Batalla Final, en donde se decidiría la suerte de este mundo…

 

Illyria enmudeció, de repente, suspirando dolorida. No dije nada, en espera de que continuara.

 

-…Pero a mi no me importaba todo esto, sacerdote- dijo, luego de un rato- Él había muerto, delante de mi, momentos antes y el dolor que me embargaba era terrible. Me sentía mal… todo era nuevo para mi, pero me di cuenta entonces que estaba experimentando por él ese sentimiento que ustedes, los humanos, llaman “amor”- hizo una pausa- Lo amaba.

 

Sonrió. Era la sonrisa mas triste que vi en ser alguno. No había burlas en esa sonrisa ni sarcasmos, solo tristeza.

 

-Ojala pudiera habérselo dicho… decirle que realmente, llegue a amarlo- Illyria meneo la cabeza, mientras decía esto- Pero ya no importaba… nada importo. Los ejércitos del Mal nos asediaban a todos… nos reunimos en un callejón, donde deberíamos pelear la ultima batalla…

 

-¿Y que paso, hija mía?

 

-Nada, Padre- sus ojos gélidos volvieron a mirarme- No tuve el valor para estar con ellos en ese combate… Me fui. Tengo el poder para viajar por el Tiempo, sacerdote. El velo de la realidad se tuerce a mi entera voluntad. Los deje antes de saber si el Mal ganaría o ellos… me hundí en un abismo de eras incalculables, vagando sin rumbo fijo entre Tiempos y Dimensiones, buscando una razón de ser, una Misericordia para mi… ¿Alma? Creo que esa es la palabra… ¿Tengo yo alma, Padre?

 

-Todos lo seres vivos tienen alma, hija mía.

 

-Los vampiros no la tienen, sacerdote- replicó- Pero los que yo conocí, si. Ellos tenían alma y me acogieron entre su grupo… y yo les pague dejándolos en la incertidumbre de una batalla final que sé que no ganarían. Los deje… solos.

 

Otro silencio profundo se abatió sobre nosotros. Tomé asiento muy cerca de Illyria, entre fascinado y confundido por la historia que me estaba contando. No entendía mucho de todo, pero no estaba allí para inquirir demasiado al respecto. Sabia que Illyria tenia algo para mi, tenia que contarme una revelación que seria mas importante que todo lo que había dicho hasta ahora y eso si tendría sentido para mi existencia.

 

-Vagué por los siglos perdidos en busca de algo… no sabia de que, pero entonces, mi viaje eterno, mi deambular me condujo a una época y lugar donde encontré y presencie cosas que tal vez me enseñaron algo que no quiero reconocer todavía. Algo que tiene que ver con… Él.

 

Illyria señaló al Cristo en la cruz.

 

-Dígame, Padre… ¿Cree que Él es el Hijo de Dios realmente?

 

-Si. Yo creo que si- contesté- ¿Y tú, hija?

 

-Yo… solo sé lo que vi… lo que mis ojos me mostraron- hizo una pausa larga, antes de proseguir- ¿Quiere oírlo? ¿Quiere escuchar de mi boca el relato de mi viaje a la época en la que Él vivió?

 

-Llegaste a mí para hablar, hija mía… Tienes algo que quieres contar. No sé si eres realmente humana o no… no se bien que clase de ser seas, pero no voy a juzgarte, te lo aseguro. Habla, hija mía… cuéntame lo que viste, desahoga tu alma… Cuéntame que viste.

 

Illyria suspiró y entonces, empezó con su largo relato, un relato que se haría carne en mi alma cuando finalizara y que quiero compartir con todos ustedes, a partir de ahora, tal y como ella me lo contó…

 

 

 

CONTINUARA…

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