“MISERICORDIA DEL CIELO”

 

(Escrito por Federico Hernán Bravo)

 

PRIMERA PARTE

 

L

o primero que vi apenas llegue al lugar, fue el cielo. Era un cielo sin nubes, claro. El día era calido y soleado. Sabia que era el tiempo que los mortales llaman ahora “Primavera”, por como se hacia notar en el follaje cercano. A mi derecha, se elevaba a la distancia una cadena de montañas soñolientas… a mi izquierda, había colinas cubiertas con hierbas, unas bellas colinas. Un largo camino, como una especie de ruta de tierra, atravesaba el paisaje, extendiéndose hasta donde se perdía mi vista.

 

¿Qué hacia yo allí? Había abandonado hacia siglos o momentos, quizás, la escena de la ultima batalla de Ángel contra los ejércitos de los Socios Mayores.* Ya no tenia mas nada que hacer allí y mi largo camino a través de los siglos y de las dimensiones me habían conducido allí. Mis poderes, capaces de trasladarme a donde yo quisiera, me habían permitido ver mas cosas de lo que podría contar, sin embargo, el largo viaje que había hecho terminaba en aquel lugar, que según sabia yo, se encontraba en algún sitio de la Tierra en la Edad Antigua. 

 

* (Para mas información al respecto, ver el ultimo capitulo de la serie de Ángel. Nota del Autor)  

 

Mi vida no tenía el más mínimo sentido. A pesar de las distancias recorridas, sabia que Wesley estaba muerto y yo seguía con vida. Mi amor por él, un amor que me había negado a sentir me atormentaba y me agujereaba como un millar de abejas en mi interior, atormentándome todavía.

 

Sin prisa y sin temor, comencé a marchar por el camino de tierra, sin saber adonde seria llevada. Luego de una larga caminata silenciosa, solo arrullada por la naturaleza de un mundo que todavía no era el mío, llegue a un largo río, en donde varias personas, vestidas con ropas antiguas como togas y demás, se encontraban congregadas frente a un sujeto delgado, de piel bronceada y un cabello largo y rizado, ataviado con pieles de animales que se encontraba de pie con el agua hasta las rodillas, en el río.

 

Observé que ese extraño humano predicaba algo, a la multitud, mientras sostenía una vara de madera. Por alguna razón que no me podía explicar, sentí curiosidad por saber mas acerca de donde me hallaba y que decía ese hombre que hablaba enérgicamente a la gente, por lo que adopté un truco que había aprendido hacia tiempo atrás y que era fácil para mi: cambiar de forma, disfrazar mi aspecto.

 

Fue sencillo. Mi traje rojo cambio con un simple gesto de mi poder y se convirtió en una toga larga y amplia, como la vestimenta de aquellas mujeres que observaba, y mis cabellos azules remitieron a el color original que solía usar la dueña de este cuerpo antes de que yo lo ocupara. Mis ojos también mutaron su color y a todas luces, mi forma física era en síntesis la de cualquier mujer humana normal, a la vista de cualquiera. Nadie sabia quien era yo en realidad ni de donde venia…

 

Segura así como estaba, me acerque mas a la multitud y oí claramente al hombre que predicaba en el agua, con una fascinación asombrosa, incluso para mi misma.

 

-¡Arrepiéntanse, porque el Reino de los Cielos esta cerca!- vociferaba.

 

-¿Quién es ese hombre?- me encontré preguntándole sin darme cuenta a un sujeto parado a mi lado, entre los presentes, un hombre corpulento, con una barba entrecana.

 

-Ese es el Bautista- me contestó, un poco confundido por mi repentina aparición a su lado.

 

-¿El Bautista?

 

-Si, él predica acerca de la paz y el arrepentimiento de los pecados- siguió diciéndome el hombre, mirando otra vez a la figura en el agua- Prepara el camino para el Señor… dicen que él le esta enseñando a todos sobre la llegada del Mesías.

 

-¿El Mesías?- aquella palabra no tenia sentido para mi. Observé detenidamente al sujeto en el río, como agitaba sus manos y vociferaba con fuerza, predicando cosas.

 

-Si, el Ungido- dijo un hombre joven, compañero del que me había hablado- Él liberará a nuestra gente de la tiranía de los que nos oprimen- hizo una pausa, me miró de arriba abajo detenidamente- Usted no es de por aquí, ¿verdad?

 

-No… vengo de… muy lejos- repliqué- Estoy recorriendo un largo camino.

 

-Si necesita hospedarse en algún lado, puede venir con nosotros. Nuestro hogar no es muy grande, pero no será molestia para nosotros.

 

-Ejem- carraspeó el primer hombre, mirando al segundo con el ceño levemente fruncido- Jacob… ¿Te olvidas de nuestra misión?

 

-No la olvido, Joshua, pero es de buena educación asistir a los más necesitados, ¿no crees?

 

-Lo sé, pero… - el sujeto llamado Joshua bajó bastante la voz para que la gente cerca no pudiera oírlo- Jacob… debemos reunirnos con él y los demás. Sino lo hacemos, Barrabas se va a enfurecer.

 

-¿Quién es Barrabas?

 

Jacob y Joshua me miraron algo asustados, al darse cuenta de que yo había oído la mención de ese nombre. Miraron hacia todos lados y luego, se volvieron hacia mi, confidentes.

 

-Es la única persona que nos va a sacar de esto- aseguró Jacob- Él esta preparando la liberación de nuestro pueblo de los opresores.

 

-¿Estamos haciendo bien en revelarle todo esto?- Joshua se sentía molesto y atemorizado- ¿Y si es una espía de ellos?

 

-No soy ninguna espía- respondí, fastidiada. No entendía nada de lo que aquel mortal estaba diciendo, pero por alguna razón que todavía no podía determinar, quería saber mas de aquello, involucrarme- No teman… no voy a hacerles daño ni a delatarlos… ¿Quién es ese Barrabas?

 

-¿Te gustaría conocerlo?- dijo Jacob.

 

-Sigo diciendo que no es buena idea.

 

-¡Ya basta, Joshua! La edad te hace desconfiado… la llevaremos con nosotros al refugio y se unirá a nuestra causa… Después de todo, cuantos mas seamos, mejor.

 

Joshua asintió, no muy convencido. Mi mirada se volvió hacia la zona que nos rodeaba. Un grupo de hombres con vestimenta religiosa compuesto por túnicas negras y sombreros del mismo color se encontraban cerca, oyendo al Bautista. Un poco mas alejados de ellos, se hallaban unos soldados romanos, con sus clásicos trajes y mallas de metal, y sus espadas.

 

-¿Quiénes son esos sujetos vestidos de negro, esos con túnicas?- inquirí a los dos mortales que acaba de conocer.

 

-Miembros del Sanedrín- me informó Joshua- No están alegres con lo que el Bautista le dice a la gente…

 

-¿Por qué?

 

-Temen que provoque una insurrección que termine en un baño de sangre… algo que no parecen desear.

 

-Vamos, Joshua. Tenemos que reunirnos ya con él y los demás- Jacob echó a caminar hacia una carreta tirada por caballos, mientras su compañero hacia lo mismo.

 

Yo les seguí, pero me detuve al oír la siguiente conversación entre el hombre llamado “El Bautista” y los hombres de negro del Sanedrín:

 

-¡Raza de víboras! ¿Quién les ha avisado que huyan de la Ira de Aquel que Viene Ya?

 

-¿Quién eres tú?- preguntó el anciano del Sanedrín, con el ceño fruncido.

 

-Si lo que quieres saber es si yo soy Aquel del que hablan las escrituras, la respuesta es no.

 

-¿Y entonces? ¿Quién eres en realidad?

 

-Yo soy el que proclama la venida de Aquel de quien hablan las escrituras, nada más.

 

En este punto, una mano humana se colocó sobre mi hombro. Al volverme, vi a uno de los dos mortales con los que había hablado mirándome sonriente.

 

-Vamos… acompáñanos.

 

Asentí. Me alejé de la escena impelida por un sentimiento de desasosiego increíble y accedí a subir a aquel primitivo vehículo en el que esos dos sujetos se movían. Antes de iniciar la larga marcha, el llamado Jacob se volvió hacia mí y me preguntó mi nombre.

 

-Me llamo Illyria.

 

-Es un nombre muy curioso… y bonito.

 

Cuando dijo esto, una extraña sensación de incomodidad me invadió. Joshua, su compañero, sonrió levemente y le dio una palmada en el hombro a Jacob.

 

-No cambias mas, Jacob- dijo, en un resoplido- ¡Vamos, andando!- gritó a los caballos- ¡A Jerusalén!

 

************

 

A medida que nos acercábamos a la gran ciudad, luego de un largo tiempo de viaje, pude admirar su apariencia bajo el sol del atardecer.

 

Jerusalén era enorme y estaba rodeada de una gran muralla fortificada. Por un momento, algo en su arquitectura me hizo recordar los viejos templos construidos en mi honor, en las Épocas Arcaicas, pero difícilmente esas empinadas y mefíticas murallas de mis templos basalticos se compararan con las de esta ciudad.

 

Guardias armados romanos registraban a la gente que se congregaba en torno de la puerta de entrada, buscando armas y otros objetos ilegales. Cuando llego nuestro turno de flanquear la entrada, fuimos revisados también. Uno de aquellos impetuosos humanos se atrevió fijarse en mí de una manera casi lasciva, pero cuando intentó registrar mis ropas, solo bastó con una mirada mía para que se diera cuenta que era mejor dejarme en paz.

 

Una vez transpuesto este obstáculo, entramos en la gran ciudad atestada de gente. Había humanos por todos lados, en cada rincón, haciendo miles de cosas. Cerca, guardias romanos vigilaban atentamente a la multitud desde los rincones a lo largo de la urbe y sobre cada muralla.

 

-Es una ciudad sitiada- dije.

 

-Algo así- me explicó Jacob- Nos vigilan noche y día, pero sabemos como arreglárnosla para reunirnos bajo sus propias narices. Los romanos no son muy listos que digamos…

 

-¿Y este Barrabas, que es lo que planea hacer con tu gente? ¿Cómo los liberará del yugo romano?

 

-Baja la voz- sugirió Joshua, mientras la carreta se internaba por una estrecha calle repleta de negocios donde los mortales se apretujaban para comprar cosas.

 

-Barrabas tiene un plan- me susurró Jacob- Planea asesinar al procurador romano residente aquí, Poncio Pilatos. De esa forma, Roma entendería que no puede oprimirnos más… que somos fuertes para resistirlos.

 

-Es una locura- dije, enarcando una ceja- Necesitarían un ejercito para imponerse a este yugo- miré hacia los soldados apostados en cada rincón- Ese plan es obsoleto e inútil. Necesitarían trazar una estrategia de combate mejor que esa.

 

Mientras decía estas palabras, no lejos de donde cruzábamos, un grupo de soldados romanos hostigaba a un pobre hombre que, por sus andrajosas ropas, se trataba de un mendigo. Uno de los soldados tenía su espada levantada en dirección del pobre sujeto y parecía dispuesto a incrustarla directamente en su pecho…

 

-¡Ladrón!- gritaba furioso el soldado- ¡Eres un sucio ladrón, una sucia sabandija!

 

-¡Por favor, señor! ¡Piedad! ¡Solo he robado para comer!- suplicaba en vano el mendigo- ¡No tengo nada en esta vida, mi señor, solo he querido saciar mi pobre hambre!

 

-¡Mientes! ¡Eres un ladrón! ¡Vas a morir!

 

Sabía que el soldado hablaba en serio. Levantó aun más su espada e iba a atravesar a ese hombre con ella…

 

Yo hasta el momento, contemplaba esa escena con la fría indiferencia como siempre he contemplado los actos humanos, pero entonces, cuando entendí que ese mortal seria aniquilado… que moriría… recordé algo.

 

Wesley… la muerte de Wesley.

 

Un sentimiento nuevo me invadió, un sentimiento extraño que me dijo que debía hacer algo. No pude contenerlo más y salté de la carreta donde viajaba con Jacob y Joshua, corriendo hacia aquel sitio e interponiéndome entre el romano y el mendigo.

 

-¿¿Quién eres tú y porque interfieres??- me preguntó el soldado romano, muy furioso.

 

-Quien soy no tiene importancia para ti, criatura- dije, fríamente- ¿Por qué le acosas?- inquirí, señalando al mendigo que lloraba aterrado.

 

-¡Eso no te importa a ti, estupida mujer!- me insultó, levantando su espada amenazante- ¡Quitate de en medio o te mueres también!

 

El soldado bajó su arma sobre mí. Sin moverme, siquiera, recibí el impacto de la filosa hoja de metal en el pecho, viendo como se rompía en cientos de pedazos sin causarme daño alguno, para perplejidad y confusión de su dueño.

 

-¿¿Qué demonios…??

 

-¡Brujería!- gritó otro soldado, cerca, desenvainando su espada- ¡Es una bruja!

 

Los mire a todos, fríamente, sin pronunciar ninguna palabra. A todo esto, el pobre mendigo acosado huyó  rápidamente al ver que los guardias romanos no le prestaban la más mínima atención. Una multitud de gente se había congregado en torno nuestro, para ver aquel espectáculo.

 

-Una vez fui débil- dije- Una vez mis enemigos me derrotaron y padecí el dolor y el sufrimiento perpetuos… pero ya no mas… nadie va a detenerme.

 

Mis ropas cambiaron mientras decía aquellas palabras. Mi cabello volvía a su color azul y mis ojos, mutaban igualmente a como estaban en el principio. Yo era otra vez Illyria, lista para la batalla… lista para castigar a esos insolentes humanos que habían osado desafiarme.

 

De una patada, mi pie golpeó en el pecho al soldado romano, haciéndolo volar por los aires contra una pared. Sus compañeros corrieron en su auxilio e intentaron liquidarme, pero ágilmente, eludí sus patéticos ataques y a base de golpes de puño y más patadas, los arrojé a todos contra el piso.

 

El público reunido cerca, sonrió extasiado y aplaudió aquella exhibición de poder. Fue entonces que Joshua y Jacob llegaron corriendo, con cierto temor, hasta donde yo me erguía, indemne, y me suplicaron con palabras rápidas que debíamos irnos de allí cuanto antes.

 

A todo esto, los soldados romanos estaban de pie otra vez y con sus armas nuevamente listas, pretendían hacernos daño.

 

-¡Estamos perdidos!- exclamó Joshua.

 

-No- dije y me adelanté, extendiendo mi mano derecha hacia el cielo.

 

Desatando mi poder, cree una onda de flujo en el espacio-tiempo, lo suficientemente potente como para paralizar a esa zona temporal por unos breves momentos. Los mortales que me rodeaban (tanto el publico como los soldados) comenzaron a moverse en cámara lenta mientras Jacob, Joshua y yo seguíamos caminando a velocidad normal, dirigiéndonos lejos de allí. En todo momento, note que los dos humanos me miraban con cierto temor y respeto reverenciales, pero no me importo mucho.

 

Al cabo de un rato, el paso del tiempo se reanudó y la gente y los soldados no pudieron explicarse como era que habíamos desaparecido sin dejar rastro en ese sitio.

 

************

 

El escondite del tal Barrabas se encontraba en alguna parte debajo de la ciudad de Jerusalén, que los romanos no conocían. Se trataba de cavernas o cuevas excavadas debajo de la ciudad, en donde, iluminados por antorchas, cientos de personas se reunían para organizar la rebelión contra el yugo romano y de su procurador, Pilatos.

 

Jacob y Joshua me llevaron allí, no sin dejar de mirarme asombrados. Una vez en ese sitio, se acercaron a un hombre alto y corpulento, de espesa barba negra en su rostro y le contaron todo acerca de mí, lo que habían visto y lo que sabían. Barrabas se mostró curioso y un tanto asombrado, pero para nada atemorizado. En cuanto tuvo la oportunidad, se me acercó, para hablarme…

 

-Bienvenida, Illyria- dijo, sonriéndome- Me llamo Barrabas… mis dos amigos me han hablado de ti.

 

No respondí. Lo mire muy seriamente como me era posible. No me gustaba mucho ese mortal, por alguna extraña razón imprecisa.

 

-Me han dicho que tienes mucha fuerza…- hizo una pausa- Necesitamos algo así por acá…

 

-No estoy interesada en la tonta lucha contra sus destinos- repliqué.

 

-Solo necesitamos ayuda aquí- dijo a su vez Barrabas, señalando hacia los reunidos en aquella caverna- No sé que tipo de ser seas… no se si he de creer en eso que dicen de que eres una bruja, pero tu poder es lo que necesitamos aquí.

 

-Mi poder es solo mío, humano… Además, ¿Por qué debería de ayudarlos?

 

-Luchamos por causas justas… para liberar al pueblo oprimido de Judea de los romanos. Tenemos un plan, pero necesitamos organizarnos… si nos apoyas con tu poder, Illyria, podremos lograrlo.

 

Nada dije. Mis ojos observaron atentamente a la gente reunida. Había grandes y chicos allí, mortales de todas las edades, que nos observaban a la distancia, también medio atemorizados. Reconocía este gesto… temor. Yo solía infundirlo entre mis sirvientes cuando era la diosa-reina. Secretamente, me sentí complacida… pero había algo más…

 

…Yo quería ayudar…

 

Era otro sentimiento nuevo que afloraba en mi interior y no podía combatir contra él. Provenía de mi parte humana y tal vez, era un residuo de ella, la dueña de este cuerpo, de Fred.

 

-Por favor, Illyria- suplicó Barrabas- Tu poder parece grande… únete a nosotros y ayúdanos.

 

-Lo haré- respondí, asombrándome de ser yo quien se ofreciera para algo como esto.

 

Decididamente, un sentimiento más profundo que todo lo anteriormente descrito guiaba mis pasos… Un sentimiento que todavía no podía dilucidar, pero que quizás, mas adelante, siguiendo esta extraña aventura en la que me veía envuelta con todos estos mortales, descubriría.

 

************

 

Unos días después (imposible precisar el paso real del tiempo, ya que me es difícil guiarme por las fechas y los sistemas numéricos de los humanos)  me encontraba caminando sola, disfrazada con mi apariencia de mujer mortal otra vez, por una amplia ladera abarrotada de gente.

 

No se por que fui hasta ese sitio. Mis compañeros humanos, los rebeldes guiados por Barrabas, no se opusieron a que yo los dejara, ya que por mas que lo hubiesen intentado, siquiera, les seria inútil retenerme. Yo era una diosa, a pesar de que mi reino y mi tiempo habían pasado, e iba por el mundo, en este tiempo u en otros tiempos, como yo quisiera.

 

El enorme gentío reunido allí se congregaba en torno a una única figura que por un motivo extraño, me llamó  la atención. Se trataba de un mortal ordinario, un hombre alto, con barba y largos cabellos oscuros vestido con una túnica blanca sencilla y sentado sobre una saliente rocosa.

 

Me sentía atraída hacia él. Era algo difícil de explicar con palabras y todavía lo es… era como un imán. Algo en su semblante me infundió cierto respeto y hasta casi podría decir, un temor reverencial.

 

El hombre hablaba, se dirigía a la multitud con sabiduría cuando lo hacia. El silencio era total y todos escuchaban atentamente sus palabras. En un momento dado, los ojos celestes del sujeto se fijaron en los míos y sentí… sentí algo respecto a él.

 

Había algo en él… una fuerza extraña, no física, actuando en cada palabra suya, en cada gesto, en cada expresión…

 

-Maestro…- dijo un hombre mayor, sentado cerca de él- ¿Cómo hemos de orar?

 

-Dios, el Padre, oye en tu corazón. Sabe lo que quieres y lo que necesitas, incluso, antes de que vosotros habléis- dijo, mirándome todavía tranquilamente- Pero si necesitáis palabras, usad entonces aquellas que  sueles utilizar para hablar con mi Padre…

 

El misterioso hombre sonrió. Me quede congelada en mi sitio, petrificada literalmente, ya que parecía que esa sonrisa extraña decía mucho mas de lo que los mortales a su alrededor podían desentrañar. Esa sonrisa iba dirigida a mí…

 

¡Ese humano sabia quien era yo! ¡Sabia que era yo!

 

-Orad de esta forma…- continúo diciendo para la multitud- Padre Nuestro que estas en el Cielo… Santificado sea Tu Nombre…Venga a nosotros Tu Reino… Hágase tu Voluntad…

 

No pude permanecer allí más tiempo. El sentimiento de ahogo que se desató en mi interior fue demasiado. Me aleje silenciosamente de aquel sitio hasta perderme en alguna parte desierta de mortales, en donde volví a mi apariencia física normal y me senté, a descansar bajo el sol, sobre un tronco de árbol caído.

 

¿Por qué me sentía así? ¿Por qué ese mortal me hacia sentir así? Era extraña la sensación, pero era como si…

 

Cuando ese hombre hablaba, me sentía bien.

 

¡Me sentía consolada! En el dolor de mi perdida, en mi sufrimiento eterno, me sentía aliviada. Era como si después de pasar eones en las sombras, al fin viera la luz.

 

Esto era imposible. Yo era un demonio… ¡Yo era Illyria, diosa madre de la Tierra Antes del Tiempo!

 

Sin embargo, la sola visión de ese mortal me estremecía… me llenaba de sentimientos simples y fuertes…

 

¿Cómo podría yo saber, criatura perdida de un mundo pagano y ajeno a la Tierra actual, que ese sujeto, ese sencillo mortal, hijo de un carpintero de Judea, se convertiría en el referente de una de las mas grandes religiones de esta época actual en la que vivimos? ¿Cómo, en mi ignorancia extradimensional, podía sospechar que ese hombre se convertiría en el Salvador de la humanidad?

 

Todo esto, claro esta, iba a descubrirlo, mas adelante…

 

 

 

CONTINUARA…

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