“MISERICORDIA DEL CIELO”

 

(Escrito por Federico Hernán Bravo)

 

SEGUNDA PARTE

 

L

a noche caía sobre la ciudad de Jerusalén tachonada de estrellas. Me encontraba de pie en una terraza, mirando hacia el horizonte repleto de casas bajas y altas, cuando un par de pasos a mis espaldas me alertaron de que no estaba sola ya…

 

-¿Qué quieres ahora?- pregunté, sin mirarlo. No hubo respuesta… Permaneció mudo allí, parado, detrás mío mientras yo seguía observando la ciudad sumida en el sueño nocturno- Déjate de juegos, humano… se que eres tú.

 

Me volví y lo observé, viéndolo sobresaltarse al posarse mis gélidos ojos en los suyos.

 

-¿Cómo sabias que estaba detrás de ti?- dijo Jacob, sorprendido- Podría haber sido cualquiera…

 

-Tengo muchas habilidades que desconoces… Sabia que eras tú.

 

Jacob sonrió, pero me di cuenta de que sentía una profunda aversión hacia mí. No me hacia falta recurrir a mis poderes ni habilidades para darme cuenta de esto. Aunque, insólitamente, detrás de esa aversión se escondía otro interés un tanto mas diferente…

 

-¿Qué quieres de mí?- inquirí otra vez.

 

-Solo quería saber si realmente nos ayudaras.

 

-Lo haré… ya lo sabes- repliqué, acercándome un poco mas a él. Jacob se sobresaltó otra vez, pero no se movió de su sitio- ¿Por qué estas aquí? No me escondas tus intenciones…- hice una pausa- Tu sientes lujuria por este cuerpo, ¿verdad?

 

Mi pregunta lo tomó totalmente desprevenido. Por un momento, carraspeó sin saber que responder, pero entonces, la súbita aparición de Joshua mitigó el clima tenso que se había provocado.

 

-De modo que aquí estas, Jacob…- dijo el hombre, acercándose- …Acompañado por nuestra “amiga” Illyria… Espero que las comodidades de nuestra casa sean de tu agrado, Illyria.

 

-Una vivienda primitiva- dije, volteándome para seguir mirando el paisaje- Con un deficiente sistema sanitario y un precario mobiliario… insatisfactorio e incomodo.

 

Tenso silencio en el aire. Los dos mortales me observaban sin saber que responderme. Suspiré.

 

-¿Quién es ese hombre que predica en las montañas, al que siguen las multitudes?- pregunté.

 

-Le dicen el Nazareno- me informó Joshua- He oído hablar de él… dicen que hace milagros, que cura a los ciegos y a los paralíticos… que tiene el poder de expulsar a los demonios y que se autoproclamó así mismo el Hijo de Dios- el hombre hizo una mueca sarcástica- El Hijo de Dios… esta buscando que los romanos lo crucifiquen.

 

No dije nada. Mi mente volvía una vez mas al rostro de aquel mortal. Parecía un ser ordinario y común, sin embargo… sin embargo, algo existía detrás de él, algo poderoso, algo que no podía determinar todavía.

 

-¿Exactamente cuando planea Barrabas llevar a cabo su plan de matar a ese tal Pilatos?- indagué.

 

-Dentro de unos días, el terreno estará listo para que el plan sea llevado acabo- me informó Joshua- Aprovecharemos el discurso que Pilatos dará a la multitud por el Pesaj, para actuar.

 

-¿Pesaj?

 

-Es el tiempo en el que celebramos nuestra liberación del yugo de los egipcios, por la mano de Moisés, el patriarca. Esperamos hacer lo mismo con los romanos ahora.

 

-Su plan esta condenado al fracaso- vaticiné- Si no se organizan como es correcto, sus adversarios les vencerán. Necesitaran repasar su plan para que la victoria sea segura para ustedes.

 

-El plan ya esta repasado- Joshua enarcó una ceja- Pero si tienes mejores ideas…

 

-No juegues conmigo, humano. Si les ofrecí mi ayuda es para algo… - repliqué, molesta.

 

-Y la apreciamos, no creas que no- se atrevió a interrumpir Jacob, más prudente que su compañero al tratar conmigo- Solo queremos que nos apoyes en esto, Illyria, por favor… Veo que eres una guerrera y sabes más de estas cosas que nosotros.

 

Joshua miró a su amigo con algo de fastidio, pero no dijo nada, no lo contradijo. Suspiré y me recliné contra una pared cercana, cruzándome de brazos, mirándolos a ambos por un momento.

 

-Les ayudare- repetí- Pero luego, me iré… no es mi intención detenerme mas tiempo en este lugar… mi viaje debe continuar.

 

************

 

Hubo otro periodo de tiempo que transcurrió desde esa charla. Barrabas y su gente planeaban cuidadosamente el inicio de su rebelión contra el yugo de los romanos, en las catacumbas bajo la ciudad de Jerusalén.

 

En ese intervalo de tiempo, me dediqué a observar las actividades de los mortales que vivían en esa época (siempre disfrazada de humana), maravillándome con las simplezas con las que esas gentes se manejaban. Su mundo era diferente al nuestro actual, ya que carecía de las comodidades propias que la civilización humana ha logrado alcanzar y conseguir después del largo paso de las épocas.

 

Entre muchas cosas que pasaron, a mí alrededor y de las que tome conocimiento, fue de la llegada a Jerusalén del llamado Nazareno.

 

Yo estuve entre los que vio como entraba en la ciudad. Una multitud estaba congregada en la puerta cuando él llegó, subido a un asno blanco. Miles de manos intentaron tocar sus ropas, sus brazos, su rostro…

 

Otra vez me quede petrificada en cuanto lo vi. Nuevamente, sentí el mismo desconcierto respecto a ese mortal, cuando mis ojos y los suyos se encontraron por un breve momento, mientras la multitud lo acompañaba a otro sector de la ciudad.

 

¿Por qué ese Nazareno hacia que me sintiera así? ¿A que obedecía ese extraño sentimiento que abarrotaba mi alma cuando le contemplaba, cuando sus ojos y los míos se cruzaban?

 

No podía explicarlo y me molestaba no poderlo hacer. Había visto cientos de cosas a lo largo de mi peregrinar entre el Tiempo y el Espacio, cuando mi viaje se inició, pero nada me preparaba para enfrentarme a ese hombre, ya que irradiaba algo que me era desconocido, pero a la vez, poderosamente atrayente.

 

Ese hombre emanaba un aire de santidad.

 

Quería saber mas acerca de él… conocerlo. A mis oídos llegaron más rumores de sus supuestos “milagros”; exorcizaba demonios y curaba a la gente enferma. No ofrecía ninguna riqueza, más que el consuelo y la esperanza… su palabra se predicaba cada vez más en todos lados, para disgusto de los romanos y los miembros del Sanedrín.

 

Cuando ese hombre llego a Jerusalén, el Consejo del Sanedrín se fastidio y mucho. Pude infiltrarme sin que me vieran en el edificio donde se reunían para espiar a aquellos curiosos mortales y sus debates. Hablaron largo y tendido, muchos de ellos estaban en contra del Nazareno y otros, a favor, pero estos últimos eran minorías.

 

El Nazareno se enfrento a ellos, sin temor. Los escuchó proclamar en su contra, pero nada dijo. Entre su política de pensamiento, estaba la de nunca responder a una agresión con ira ni furia.

 

Esto me desconcertó y mucho. Ese hombre imponía sus creencias bajo las bases de respeto mutuo y amor, mientras que mi reinado había sido un reino de terror y muerte, de opresión y tiranía.

 

Yo creía que las bases de un gobierno se centraban en atemorizar a tus sirvientes, en doblegarlos de manera tal que pudieras quebrar sus voluntades y tenerlos sometidos a tu entera disposición. La norma era: o me sigues o mueres.

 

Sin embargo, este hombre no hacia eso. Todos aquellos que le seguían era porque lo amaban… Oían sus enseñanzas y sus predicas sin miedo ni temor a ser censurados ni sometidos.

 

Como antes dije, esto me desconcertaba.

 

************

 

Observé al Nazareno durante un tiempo, pero luego, el día de la rebelión planeada llegó. Barrabas y su gente se preparaban para actuar. Una multitud se congregaba delante del palacio de Pilatos, para oír su discurso anual. Entre ellos, estaba yo, vestida con una amplia túnica con capucha que cubría mis facciones. Había adquirido mi forma demoníaca otra vez y estaba lista para cumplir con mi rol.

 

La gente de Barrabas se encontraba allí también, confundidos entre la multitud. Todos esperaban el momento dado para empezar. Llevaban armas disimuladas debajo de sus togas o túnicas y miraban atentamente a los guardias romanos apostados sobre las murallas y balcones cercanos al palacio.

 

Pilatos no tardo en aparecer, saliendo a un balcón, con dos soldados a su lado custodiándolo. Se trataba de un hombre alto, vestido con una toga blanca y cubierto por una suerte de capa roja que le caía por un costado del hombro izquierdo. Llevaba el cabello corto y con un par de incipientes rizos sobre su frente.

 

-¡Pueblo de Judea!- exclamó, extendiendo los brazos hacia la multitud- Como es costumbre en Roma…

 

-¡¡LIBERTAD PARA EL PUEBLO DE JUDEA!!- gritó entonces un mortal entre la gente agrupada, para sorpresa del procurador romano y sus seguidores.

 

A este grito, observé como el resto de los humanos congregados también vociferaba lo mismo, contagiados de este valeroso (y  por ende, estupido) gesto de valentía delante del enemigo.

 

-¡Váyanse de nuestras tierras! ¡¡Regresen a Roma!!

 

-¡¡FUERA!! ¡NO LOS QUEREMOS AQUÍ!!

 

Los gritos y abucheos aumentaron su clamor. Pilatos parecía asombrado de todo lo que sus ojos contemplaban, sin embargo, observé que ese sujeto era un líder frío y calculador, y que esta manifestación de rebelión apenas parecía preocuparle.

 

Se produjeron empujones entre la gente. Los soldados romanos apostados cerca aferraron sus armas, listos para usarlas en caso de ser necesario.

 

Una piedra voló desde algún lugar de la muchedumbre y atravesando el aire, se estrelló contra el escudo de un soldado romano. El líder de la guardia finalmente dio la orden de tranquilizar a los reunidos, pero cuando los soldados avanzaron un par de pasos, Barrabas y su gente abandonaron sus disfraces y sacando sus armas, se lanzaron a la batalla.

 

Aquello fue un infierno.

 

La muchedumbre se convirtió en una turba enfurecida y acompañó a los hombres de Barrabas en su acometida. Volaron mas piedras por los aires y chocaron las espadas… hubo muertes y una encarnizada lucha, en la que muchos murieron.

 

Desde su posición de privilegio, en el balcón de su palacio, Pilatos observó el combate que se desarrollaba bajos sus narices y sin inmutarse, ordenó a un contingente de sus hombres parados en las murallas de la ciudad que atacaran con sus flechas. Los soldados obedecieron y cargando sus armas, dispararon sus mortíferos dardos entre la gente.

 

Cientos de personas murieron atravesadas por las flechas… mujeres y hombres por igual. Muchos de aquellos dardos infernales cayeron sobre mí misma, sin embargo, nada me causaron ya que era invulnerable a cualquier daño físico que se me pudiera infligir.

 

Paralizada de la sorpresa por aquel contraataque que había previsto y del que les había advertido a los rebeldes, miré perpleja la muerte de tantos inocentes en mitad del combate; vi su sangre derramada sobre los suelos de tierra y baldosas desgastadas y oí sus gritos de dolor y agonía, mientras intentaban huir de allí.

 

Barrabas y un grupo de los suyos se abrían camino entre los romanos hacia la entrada del palacio. Su plan de matar al procurador romano seria llevado a cabo si o si, aunque él muriera. Fue en ese momento en que me di cuenta de que ese hombre no sentía tampoco verdaderamente el menor respeto por sus semejantes, ni por su causa, que según dijo, era la de libertar al pueblo de Judea del yugo romano.

 

Ese hombre quería matar a Pilatos por el sencillo hecho de demostrar su poder.

 

…El poder… otra vez era el poder… una lucha de poderes.

 

Recordé mi tiempo junto a Ángel y sus amigos; a mi memoria, vinieron los hechos que condujeron al vampiro con alma a la Ultima Batalla… una lucha de poderes, igual que esta, pero con la diferencia de que Ángel se preocupaba por cada uno de sus hombres.

 

No podía seguir tolerando esto. Los muertos se apilaban a mi alrededor y el sentimiento de aversión hacia lo que sucedía se apodero de mí. Decidí actuar…

 

Me arranqué la túnica que me cubría y quedé al descubierto. Los ojos de los mortales que se encontraban en pleno combate se volvieron hacia mi figura, mientras hacían un alto en la batalla. Los soldados romanos parecieron desconcertados y de igual forma, desde su posición a salvo de todo, Pilatos pareció por primera vez sentir algo de temor ante lo que se avecinaba…

 

Un soldado se me acercó y levantó su lanza. La descargó fuertemente contra mí, sin causarme daño alguno. La punta afilada de aquella primitiva arma se rompió en pedazos, desconcertando a su dueño, quien retrocedió aterrorizado apenas me puse a caminar entre la batalla.

 

Más soldados se me interpusieron en mi camino. Los barrí a todos fácilmente de un puñetazo.

 

En el balcón, Pilatos les ordenó a los arqueros que concentraran sus flechas contra mí.

 

Otra lluvia de esos mortíferos dardos me fue arrojada, sin causarme daño alguno. Todas las flechas que chocaban contra mí rebotaban contra la dureza de mi piel y se estrellaban en el piso.

 

Barrabas, a todo esto, se vio repentinamente herido de gravedad por una daga en su pierna. El hombre cayó al piso, derrotado, mientras una legión de romanos se le tiraban encima y lo reducían, fácilmente. El resto de sus seguidores, al verle caer presa del enemigo, abandonó la lucha y soltando sus armas, huyeron de allí.

 

-¡¡Ayuda!!- gritó Barrabas mientras los soldados lo apresaban. Sus ojos divisaron los míos de repente- ¡¡Ayúdame!!

 

Me detuve. Un numeroso grupo de soldados se habían reunido a mi alrededor y levantaban sus espadas, listos para atacar en conjunto…

 

-¡¡Ayúdame!!- gritó Barrabas- ¡¡Illyria!!

 

-Estupido mortal- mascullé, mirándolo- Te dije que tu plan estaba condenado al fracaso… Te lo mereces.

 

…Dicho esto, eleve mi mano hacia el cielo…

 

Desaté mi poder. Una onda de distorsión de espacio-tiempo cubrió a todo mundo. El tiempo se relentizó y todos se movieron en cámara lenta.

 

Me di la media vuelta y hastiada, me alejé de allí. Pasado un rato, el efecto se terminó.

 

La batalla fue ganada por los romanos. Lentamente, los pocos rebeldes que quedaban fueron apresados. Barrabas fue llevado con ellos a prisión…

 

************

 

Me encontraba sentada en el suelo de la casa de Jacob y Joshua, un momento después, con las piernas apretadas a mi cuerpo cuando los dos hombres entraron apresurados y cerraron la puerta, echando un postigo sobre ella. Sus ropas estaban desgarradas y había marcas de arañazos y raspones en sus pieles.

 

-¿¿Por qué no nos ayudaste como prometiste??- me gritó enfurecido Joshua, acercándoseme y agitando un dedo delante de mi rostro- ¡Maldita seas!

 

Me levanté y le sostuve de la mano. Con un gesto decidido, se la retorcí de manera tal que aquel hombre se quejó dolorido y se dobló hacia el suelo. Jacob intervino y me suplicó que no le hiciera daño, entre aterrado y prudente.

 

-¡No tolerare esta falta de respeto hacia mí!- exclamé, soltándolo- ¡Miserables mortales! ¿¿Quién se creen que soy??

 

-¿Por qué no nos ayudaste?- gimoteó Joshua desde el suelo, refregándose la mano que yo había apretado con mi fuerza sobrehumana- ¿Por qué no interviniste?

 

-Su líder era un mentiroso- repliqué- Me di cuenta cuando los suyos empezaron a morir y no le importó. Estaba cegado por la obsesión de matar a Pilatos, para demostrar su poder.

 

-¿Y que hay con eso?

 

-¿Eres tonto, humano, o que? ¿No lo entiendes? ¡Los hubiera sacrificado a todos con tal de llegar a cumplir su objetivo!

 

Silencio en el cuarto. Los dos mortales me miraban incrédulos, pero yo sabia que tenia razón.

 

 

-¿Y ahora? ¿Qué haremos?- preguntó Jacob, mas para si mismo que para su compañero.

 

-Ocuparse de los heridos entre su gente- dije, mientras me dirigía hacia la salida- Reagrúpense y aléjense de los romanos, al menos, de momento… Cualquier intento de lucha contra ellos ahora, seria cometer un doble suicidio.

 

-¡Espera!- Jacob puso una mano sobre mi hombro, intentando detenerme- ¿Adonde vas?

 

-A seguir mi camino… Hay otras cosas que llaman mi atención y que requieren de mi presencia.

 

Dicho esto, me aleje de allí.

 

************

 

La noche se derramó sobre Jerusalén una vez mas. Deslizándome entre las sombras, observé como los heridos por la batalla frente al palacio de Pilatos se recuperaban lentamente.

 

Mi destino era una casa particularmente ordinaria, ubicada en el ala norte de la ciudad. Allí, en el interior de un cuarto pequeño, carente de adornos, se congregaban en torno a una gran mesa en la que había unos vasos y unos platos simples, trece figuras.

 

Espiándolos desde un rincón entre las sombras, fui testigo del siguiente dialogo:

 

-Tomad esto, porque este es mi cuerpo- dijo el líder del grupo, el mismo hombre que me intrigaba desde que había arribado a aquel lugar, el llamado Nazareno, partiendo un pan y compartiéndolo con sus discípulos y compañeros- Esta es mi sangre, sangre de la Nueva Alianza, que se derramará por la salvación del mundo- siguió diciendo mientras servia vino de una jarra en un vaso.

 

Hubo una breve discusión entre los hombres que acompañaban al Nazareno. Con un gesto suave de su mano, éste los apaciguó a todos y pidiendo silencio, dijo lo siguiente:

 

-Esta noche, uno de vosotros me traicionara.

 

Se produjo un breve desconcierto entre los presentes, que no tardaron en elevar sus voces en son de protesta y de incertidumbre.

 

-¡No!

 

-¿Quién haría algo así, Señor?

 

-Señor… ¿Seré yo?

 

-¿O seré yo, Señor?- cada uno de los discípulos miraban a su Maestro perplejos, en espera de una respuesta.

 

-Aquel que moje su pan cuando yo lo haga, será el que me traicione- dijo el Nazareno, cortando un pedazo de pan y mojándolo en un plato, viendo como un distraído discípulo hacia lo mismo.

 

Los ojos del resto de los hombres reunidos se volvió inmediatamente hacia aquel sujeto, quien al verse descubierto de semejante manera, enrojeció y retiró su mano del plato rápidamente.

 

Observé como un engorroso silencio se abatió sobre los comensales por espacio de un largo minuto.

 

-Judas- dijo el Nazareno, impasible y sereno como siempre- Lo que tengas que hacer, hazlo pronto.

 

CONTINUARA….

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