“MISERICORDIA DEL CIELO”

 

(Escrito por Federico Hernán Bravo)

 

TERCERA PARTE

 

E

ra el fin. El Nazareno lo sabía. Los soldados romanos no tardarían en llegar para apresarlo. Sin embargo, lo mas extraño fue que a pesar de contar con la ventaja de la huida, no recurrió a ella. Ni él ni sus discípulos.

 

Por el contrario, mientras el discípulo traidor corría a denunciarlo ante sus adversarios, él sencillamente se levantó y seguido por sus doce prosélitos restantes, se encaminó hacia un cerro cercano, un lugar bonito y silencioso, lleno de plantas, en donde se separó de sus compañeros para orar en solitario, en mitad de un claro.

 

Yo les seguí. Moviéndome siempre entre las sombras, los observé en todo momento. Cuando el Nazareno se retiro a orar solo en el claro de aquel lugar, decidí que ya era hora de un encuentro directo.

 

Él se encontraba de rodillas en el suelo, con las dos manos entrelazadas y mirando hacia el cielo estrellado, mientras murmuraba sus plegarias, mientras me le acerqué por detrás, sin emitir sonido alguno por un largo momento.

 

El sentimiento de sobrecogimiento, respeto y poder que ese sujeto emanaba me impidió molestarle. Espere hasta que sus plegarias hubieron terminado para poder decir algo, pero entonces, él me sorprendió a mí al ser el primero de los dos en hablar.

 

-Hasta que al fin has decidido acercarte- dijo, sin voltearse para verme.

 

Temblé. Estaba petrificada en aquel sitio, sin poder hacer nada. Por primera vez en mi existencia, no sabía que debía decir. Las palabras se negaban a salir… morían apenas intentaba sacarlas de mi interior.

 

El Nazareno se puso de pie y se volteó para verme… una sonrisa amable y serena cruzaba su rostro. Al ver esto, quede mas perpleja, pero recuperé mi confianza. No había reproches ni amenazas en ese rostro, sino una misericordia increíble, sin límites…

 

-¿Por qué no huyes?- pregunté, hablando finalmente- Vendrán por ti, ¿lo sabes?

 

-Lo sé- fue su sincera respuesta.

 

-¿Y por que no te vas?

 

-No puedo… no debo.

 

Silencio. Ambos nos mirábamos directamente a los ojos…

 

-¿A que has venido a este lugar?- me preguntó- ¿Qué buscas?

 

-No lo sé- respondí- No lo sé… - suspiré- No sé que busco… quizás nada. Soy un ser que vaga por el tiempo sin encontrar su destino ni su lugar en el mundo… Estoy sola… completamente sola…

 

El Nazareno asintió, pero no me interrumpió.

 

-¿Existe la misericordia para mi? ¿Es posible que un ser como yo pueda alcanzarla?- algo caliente y húmedo se deslizó por mis ojos, para sorpresa mía… eran lagrimas- ¿Pueden ser perdonados mis pecados? Soy un monstruo, lo sé… soy un demonio… he cometido actos atroces… pero he aprendido. Sé lo que es el dolor, sé lo que es el amor…- dije, llorando- Sé lo que es el sufrimiento.

 

-¿Estas arrepentida de todos tus pecados?- me preguntó.

 

-Si- la simplicidad de mi respuesta me asombró incluso a mí misma, pero era verdad. Había cambiado mucho a lo largo de este tiempo, había aprendido mas cosas.

 

-Reconocerlos es un buen comienzo- el Nazareno sonrió- No temas… tus pecados te son perdonados.

 

Enmudecí. En silencio, lloré lagrimas pesadas y calientes. Hasta la fecha, solo había llorado una sola vez: con la muerte de Wesley.

 

-¿Quién eres?- inquirí- ¿Quién eres que todos te siguen? No tienes templos, ni tienes joyas… no hay estatuas en tu nombre ni tienes sirvientes, pero solo te basta con hablar para que todos te sigan. ¿Quién eres?

 

-Solo soy el Hijo de Aquel que nos ha creado a todos- contestó, serenamente- Solo soy su Instrumento. Mi destino esta trazado y lo que debe de ocurrir, ha de ser así, por el bien del mundo.

 

Unas voces agitadas se elevaron en alguna parte, cerca de donde estábamos. Los soldados romanos y el discípulo traidor habían llegado.

 

-Vienen por ti- dije, frunciendo el ceño- Debes irte.

 

El Nazareno sonrió y negó con la cabeza.

 

-¡Debes irte de aquí!- insistí- ¡Te atraparan y te mataran!

 

-Es la Voluntad del Padre- replicó, siempre sereno.

 

-¿Qué clase de padre entregaría su hijo a unos asesinos?- le retruqué- Debes irte. Yo detendré a esos mortales… te daré tiempo para que escapes.

 

Me volví, dándole la espalda. Los soldados ya eran visibles entre los árboles del lugar. Venían armados con espadas y palos y a su lado, estaba Judas, el discípulo traidor y algunos miembros del Sanedrín.   

 

Iba a enfrentarme a todos ellos, pero algo sucedió. Fue como si una mano invisible y tremendamente poderosa me aferrara por detrás. En un momento, atravesaba el aire y me estrellaba a varios metros del lugar, contra un árbol.

 

Tarde unos segundos en recuperarme, pero solo lo hice para ver como el Nazareno era apresado por sus adversarios y llevado por éstos a rastras.

 

Estaba aturdida. ¿Por qué no me había dejado salvarlo? ¿Por qué no había opuesto resistencia? Sabia que el Nazareno me había sacado de en medio para poder cumplir con su destino… un destino que solo era la muerte.

 

No entendía a ese hombre, pero lo que más me conmovía de todo, es que había sentido piedad por mí.

 

…Había sentido misericordia por mí…

 

************

 

El Nazareno fue llevado ante el tribunal del Sanedrín, donde los ancianos lo juzgaron primero, antes de entregárselo al procurador romano. El hombre se mantuvo en todo momento con la vista en alto, sin mostrar temor ante sus enemigos.

 

Los ancianos lo inculparon entonces de varias cosas que eran mentiras. El Nazareno se mostró sereno y no tembló ni siquiera cuando la sentencia de condena fue echada sobre él.

 

Fue golpeado y humillado. Finalmente, lo arrastraron ante Pilatos, que lo interrogó.

 

Pilatos se mostró algo sorprendido, ya que sabía que las acusaciones que aquellos hombres hacían respecto al Nazareno eran falsas, pero no tuvo el coraje ni el valor para promoverse a favor o en contra de él. Decidió dejarlo todo a la decisión del pueblo.

 

Al día siguiente, una multitud se reunió otra vez delante del palacio de Pilatos, en donde el procurador anuncio que como era costumbre suya, liberaría a un preso de los que estaban detenidos en sus mazmorras. Fue entonces que Barrabas fue mostrado ante el público, apresado y atado, y por otro lado, el Nazareno, golpeado y magullado de manera increíble.

 

Pilatos anunció que el preso liberado seria el que la gente decidiera y es por eso que dejo escoger a la multitud quien debería vivir y quien debería morir.

 

Seguí todo esto de cerca, oculta en varios rincones de aquel sitio. Una parte de mí deseaba fervientemente acabar con todo esto e intervenir, pero cuando mis ojos se cruzaron con el rostro magullado y herido del Nazareno, sabia que nada podía hacer… que no me estaba permitido interferir.

 

El clamor del público no se hizo esperar. Agitados por gente del Sanedrín que seguían oponiéndose al Nazareno, la multitud pidió por la liberación de Barrabas y la condena del Nazareno.

 

La sentencia estaba echada.

 

************

 

Barrabas fue puesto en libertad y se reencontró con Jacob y Joshua en algún callejón de Jerusalén. Los tres juntos emprendieron el camino de regreso a su refugio cuando salí a su encuentro.

 

-¡Tú!- exclamó Barrabas, pero entonces, moviéndome rápidamente, lo agarré por los hombros y lo empujé contra una pared de piedra, mientras le vociferaba lo siguiente, de manera amenazante:

 

-¡Tienes exactamente 24 horas para dejar este país, ni una mas ni una menos! ¡Y que quede claro que estoy siendo lo mas piadosa posible!

 

Barrabas asintió, aterrorizado. Lo solté. Jacob y Joshua corrieron a asistirlo y los tres juntos emprendieron una rápida huida lejos de mi presencia.

 

Mis ojos se volvieron entonces hacia el final de la calle, donde una multitud se apretujaba, gritando…

 

************

 

La gente se colocó a ambos lados de la calle para ver la triste procesión pasar. Otros se asomaron a las ventanas, mirando con lágrimas en los ojos lo que ocurría.

 

Nuevamente, me disfracé de humana para pasar desapercibida entre la multitud. Lentamente, me acerqué y me uní a la gente que vociferaba y gritaba, y mis ojos contemplaron el horror final que los romanos le depararon al Nazareno…

 

Trabajosamente, caminaba arrastrando una pesada cruz de madera, con su cuerpo recubierto por marcas sangrientas de los latigazos que le habían inflingido en la prisión de Pilatos. Sobre su cabeza, llevaba una horrible corona de espinas que se clavaban en su carne, haciendo su dolor más atormentador.

 

La procesión se dirigía hacia un gran monte ubicado en las afueras de la ciudad. Varias veces, el Nazareno a punto estuvo de desfallecer y cuando alguien se acercaba conmovido a ayudarle, inmediatamente los romanos se lo impedían levantando sus espadas amenazadoramente.

 

-¡Déjenlo!- gritaban- ¿Acaso no es el Hijo de Dios? ¡Que se libere él solo si puede!

 

El calvario duro un largo rato, un rato que se me antojó eternidad. Antes de llegar al monte, el Nazareno volvió a desfallecer por el peso más que aterrador que se veía obligado a cargar con esa cruz de madera. En ese momento, aproveché la oportunidad de acercármele y lo sostuve de un hombro, hablándole lo mas rápido y bajo que podía para que los mortales que estaban cerca no escucharan.

 

-¿Por qué les permites hacerte esto?- inquirí- ¿Por qué?

 

El Nazareno fijó sus cansados e hinchados ojos en mí y suspiró.

 

-¿Por qué no te liberas? Sé que puedes hacerlo…

 

-Las Escrituras dicen: “No pongas en prueba al Señor, tú Dios”- murmuró, con gran esfuerzo- Es la Voluntad del Padre.

 

Eso fue todo lo que pude hablar con él. Los romanos se acercaron pronto y lo instaron a seguir con su calvario hacia el monte. Una vez que llegaron allí, comenzaron un atroz procedimiento de hundir unos clavos en sus manos y pies, para afirmarlo a la cruz de madera.

 

El Nazareno soportó el dolor atroz sin gritar nunca siquiera. Estaba asombrada de la resistencia de ese hombre, pero no podía soportar el dolor que sus ojos transmitían. ¡Si, yo, Illyria, la diosa, sentía una compasión terrible por los suplicios de ese hombre!

 

No podía seguir mirando. Era demasiado. El sufrimiento, el dolor. Desvié mi mirada, impotente…

 

Una mano suave se apoyó sobre mi hombro. Me giré para ver y me topé con una mujer de edad mediana, con lágrimas corriendo por sus mejillas, pero aun así, con una sonrisa triste en sus labios. Dos hombres, discípulos del Nazareno a los que yo había visto con anterioridad, estaban a su lado, acompañándola.

 

-Esta es la razón por la que Él ha venido al mundo- me dijo- Él no hace mas que cumplir con las escrituras.

 

-¿Cómo lo sabes? ¿Quién eres?- pregunté.

 

La mujer me sonrió.

 

-Yo soy su madre.

 

Uno de los discípulos le habló al oído:

 

-Vamos, Maria.

 

La mujer asintió al hombre y los tres partieron de allí, hacia otra parte.

 

Mis ojos volvieron a fijarse en la crucifixión. La enorme cruz de madera era elevada en el aire, con el cuerpo del Nazareno herido colgando. Varios soldados romanos se mofaban de él, instándolo a liberarse, si es que podía hacerlo.

 

-¿No eras el Hijo de Dios?- gritó uno de ellos- ¡Pidele a él que te salve!

 

Caí de rodillas…

 

…El dolor que veía en aquellas facciones tan bellas y antiguamente amables era más de lo que podía soportar…

 

Hubo gritos de parte de la gente reunida allí. Algunos abucheaban, otros lloraban… muchos insultaban.

 

Un soldado subió por una escalera a la cima de la cruz, para colgar un cartel escrito en varias lenguas, directamente sobre la cabeza con la corona de espinas del Nazareno.

 

El cartel decía: ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDIOS.

 

Unos truenos se oyeron en la distancia. El cielo se tornó repentinamente oscuro, invadido por nubarrones negros que se apretujaban unos contra otros. Una especie de viento no tardo en levantarse, sacudiendo las togas y túnicas de las vestimentas de los presentes.

 

Mis ojos otra vez se cruzaron con los del Nazareno. Agonizaba… su vida acabaría inexorablemente dentro de poco.

 

Un guardia romano levantó una lanza. Sin esperar, se la clavó al crucificado en el costado de su cuerpo.

 

Me levanté, furiosa. Mudé mi aspecto humano por mi forma demoníaca y me lancé sobre el soldado que había hecho esto. Le quité la lanza de sus manos y la rompí fácilmente con mi rodilla. Al verme, el romano gritó aterrorizado y corrió lejos de allí…

 

…En ese momento, el Nazareno hablo desde la cruz…

 

-Perdónalos Padre, porque no saben lo que hacen- dijo, con sus ultimas fuerzas- En Tus Manos encomiendo mi espíritu.

 

…El Nazareno suspiró y murió...

 

Un fuerte rugido de truenos se desencadenó. La tierra sobre el monte comenzó a temblar, desquebrajándose.

 

La gente retrocedió, espantada. Del cielo, comenzó a caer una copiosa lluvia.

 

Olvidándome del escenario que me rodeaba, me acerqué a la cruz donde descansaba el cuerpo del llamado Mesías, el Salvador, el Nazareno. Me desplomé, sin fuerzas, a los pies donde la madera había sido incrustada en el suelo y lloré sin consuelo.

 

¡Estaba muerto! Y a pesar de que tenía el poder de liberarse, de bajarse de esa cruz, no lo había hecho…

 

Había muerto un hombre que no merecía morir, un verdadero Campeón. Se había enfrentado valientemente a las adversidades, a la insidia y había dado su vida para defender su causa. Había muerto un hombre que había predicado que el amor era la única verdad del universo y que jamás había levantado su mano ni alzado su autoridad para imponer, sino, todo lo contrario.

 

Lo había matado la misma gente a la que él decía amar y proteger, aquellos humanos ignorantes por los que dio su vida.

 

-¿¿Qué significa esto??- exclamé, en mitad de mi llanto, al cielo oscuro y surcado de rayos, mientras la lluvia caía a mi alrededor- ¿¿Por queeeeee??

 

No hubo respuestas.

 

No podía haberlas.

 

Todo había terminado…

 

…O eso creía.

 

************

 

El cuerpo del Nazareno había sido sepultado en el interior de una cueva, envuelto con una sabana. Una pesada piedra había sido colocada en la entrada de la cueva, la cual, fue custodiada por unos soldados romanos, para evitar que los seguidores de su credo se lo llevaran.

 

Todo esto, lo observé desde lejos. Estaba agotada, como creo que nunca lo he estado. La lluvia había cesado y un silencio de tristeza parecía haberse abatido sobre la naturaleza.

 

¿Qué se suponía que había aprendido de todo lo que había visto? Un hombre justo, un hombre que había tenido misericordia incluso, por un ser como yo, había muerto.

 

En cada acto o palabra hecho, en cada una de sus enseñanzas simples, en la forma sencilla de tratar a sus semejantes, con su amor y su ternura… Ese hombre me había enseñado que después de todo, el Amor valía la pena.

 

Podría haberse liberado cuando quiso, podría haberlo hecho… podría haberlos destruido a todos como sé que yo hubiera hecho en un caso semejante, pero no fue así. No Él.

 

Él amor que les tenía a todos ellos, incluso, a sus enemigos, se lo impedía.

 

Si ese no fue un Campeón… entonces… ¿Qué es ser un Campeón?

 

Ángel decía que un Campeón era alguien que se arriesgaba por lo que creía, alguien que luchaba contra vientos y mareas por un ideal… Decía que los verdaderos Campeones no aceptan el mundo como es, sino, que intentan cambiarlo, a pesar de la adversidad.

 

Ese hombre que había muerto en la cruz, había hecho eso justamente hasta el último momento de su vida. Sabía que moriría y aun así, siguió luchando, a su modo, pero siguió luchando… Luchando para hacer una diferencia.

 

Si él no fue un Campeón… ¿Quién puede serlo?

 

 

 

CONTINUARA…

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