Crucimentum (III):

 

Accedí a ir a su apartamento porque no me encontraba bien, se lo dejé claro,  al día siguiente ya no viviría con ella. Estuvo de acuerdo. Su apartamento estaba allí al lado. Era pequeño, apenas tenía una habitación y una sala minúscula. Desde la ventana de la sala se veían parte de las lápidas del cementerio. Me dijo que acababa de llegar de Inglaterra, y se disculpó por el desorden. Le pedí un cigarro, pero dijo que no fumaba y a cambio me ofreció una taza de te. Me indicó que me acostase en el sofá, mañana hablaríamos de todo.

 

 Aquel fue el principio de la relación más o menos cordial entre Iris y yo. Un acuerdo mutuo de respeto, aunque ninguna de las dos solía cumplirlo. Pasé todo el día siguiente con ella. Me sorprendió que conociese todo de mi. Me explicó que el Consejo tenía localizadas a las futuras cazadoras y que cuando son llamadas, envían a un vigilante para que se encargue de ellas. Por primera vez me sentí útil, había algo que podía y sabía hacer. Volvió a repetirme todo lo que yo me había negado a escuchar.

 

Se compró un coche de segunda mano y unas zapatillas que se ponía cada vez que teníamos que hacer algún trabajo. No solía abandonar su tirante moño sujeto por una enrevesada red de horquillas metálicas, ni su puritano traje de chaqueta. Supongo que lo consideraba elegante. Aunque no se a quien quería impresionar con ello. 

 

Durante las mañanas se empeñaba en entrenarme. Me hacia correr alrededor de el muro del cementerio, mientras ella me seguía en bicicleta. Eran las únicas ocasiones en que dejaba de lado el traje de chaqueta y lo sustituía por una sudadera y una horrorosa y anticuada falda-pantalón. Hizo que me estudiase cada distribución de cada cementerio de la ciudad. Siempre hacía la cena, cocinaba estupendamente, lo cual me vino muy bien, ya que descubrí que la caza me abría escandalosamente el apetito.  También me contó cosas de las cazadoras y me advirtió que la media de vida solía ser corta.

     -Pero a ti eso te da igual- dijo- eres joven y valoras demasiado poco tu vida, lo cual podría parecer una ventaja en tu condición de cazadora, pero en realidad es un inconveniente. Yo estoy aquí para que tu vida sea lo más larga posible

     -Pues no se si es un consuelo- especulé- si a cambio tengo que aguantarte el resto de mi vida

 

            Durante aquellas conversaciones salió por primera vez el nombre de Buffy, una cazadora dos generaciones anterior, que curiosamente seguía viva matando vampiros al oeste del país en un lugar llamado Sunnyndale.

A Iris no le gustaba hablar de ella. Le entresaqué que estuvo casada, que se interesó en las cazadoras después de que una de ellas le salvase la vida a su familia, cuando todavía era una niña, y que su trabajo le parecía la forma más maravillosa de pagar aquel favor. Lo definía como un honor. Pero no me contó nada más.

 

 Solía criticar todo lo que hacía, no le gustaba que fumase, me interrogaba cuando volvía oliendo a cerveza, me sometía a un intenso régimen de comida sana, le pareció fatal una vez que le pedí prestado el apartamento para llevar a un chico, y después me largó un interminable discurso sobre mi edad y el sexo, como si yo no viviese en la calle. Se empeño en que me incorporase a la escuela, pero nunca asistí, no me gustaba. Decía que era terca, impulsiva, irreflexiva y temeraria, pero en el fondo me apreciaba, y yo la apreciaba a ella, aunque en su vocabulario soliese figurar con demasiada frecuencia la palabra “disciplina”

 

Pero ante todo, no era ninguna cobarde. Solo la oí gritar dos veces. La primera fue cuando la atacó el vampiro del cementerio la noche que nos conocimos. La segunda…. la segunda prefiero olvidarla.

 

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Ayer cumplí 18… tenía la esperanza de que fuera uno de los mejores días de mi vida, después de todo por fin parecía que tenía una familia, o algo similar a una familia, Iris. La noche anterior, después de la caza, me quedé en su casa. Por la mañana mi vigilante se mostró verdaderamente encantadora, me dejó dormir hasta tarde y preparó una semifiesta con mi comida favorita, a la que había controlado sus valores proteínicos y vitamínicos previamente. También trajo tarta, la misma tarta de nata y chocolate sobre blonda blanca y rizada que tuve en mi octavo cumpleaños. No se si Iris sabía lo de aquella tarta, pero el simple hecho de verla otra vez delante de mi, me hizo enmudecer y después sonreír, me tiré a sus brazos y la besé en la mejilla. En ese punto se sintió triste, intentó dibujar una sonrisa en su cara, pero solo le salió una mueca extraña y su labio superior tembló levemente.

     -¿Te encuentras bien?- le pregunté, parecía desmejorada

     -Claro- sin embargo era evidente que mentía.

Sacó un regalo para mi, una chaqueta de cuero. El regalo me encantó y le propuse que saliésemos esa noche a celebrarlo.

     -De acuerdo- dijo y volvió a ponerse triste, estaba nerviosa.- después hablaremos.

La ayudé a recoger todos los detalles de la fiesta, fregamos los platos y recogimos la mesa para que pudiese volver a extender sus innumerables libros de consulta. Después dijo que tenía que darme algo.

     -Tengo algo más para ti, pero no es un regalo, aunque es preferible que te lo suministre hoy

     -¿Qué es?- pregunté.

Se acercó a un mueble que había contra la pared y sacó un paquete. Había llegado el día anterior procedente de Londres. La había visto leer lo que parecía una carta o unas instrucciones y juguetear con unas ampollas.

     -Es un complejo vitamínico- sacó una jeringuilla  y procedió a inyectármelo. Su mano seguía siendo temblorosa y me hizo daño.

Se disculpó conmigo y me dijo que fuese a dar un paseo por la ciudad, que volviese por la noche, que tenía otra sorpresa para mi. Quería descansar porque no se encontraba bien.

 

Celebré mi cumpleaños haciendo autostop hasta Rock Quarry, allí siempre hay algún grupito de estudiantes universitarios dispuestos a saltarse las clases, invitarte a una cerveza fría, fanfarronear y apostarse algunos dólares si eres capaz de saltar desde el punto más alto de la roca. Por supuesto salté y me llevé alguna pasta extra.

 

Cuando regrese eran más de las diez, me encontré a Iris retocándose el maquillaje, parecía que había llorado, no podría decirlo con exactitud, pero cuando me vio, sonrió y me dijo que pronto saldríamos.

 

Subimos al coche, por supuesto no me dejó conducir. Durante algunos días había intentado darme unas clases, después de insistir yo muchas veces, pero se ponía histérica y decía que era una conductora temeraria. No se a donde me llevó, dio tantas vueltas que no lo sabría.

     -¿No íbamos a celebrarlo?- pregunté

     -Claro, querida- dijo- pero antes tenemos que hacer algo.

 

Condujo hasta un barrio industrial desierto y se paró ante un edificio abandonado. Era una vieja fábrica de galletas, el cartel aún figuraba medio caído sobre el último piso. Las plantas inferiores tenían barrotes en las ventanas y las superiores cristaleras semiderruidas por acción de los vándalos que como yo, en mis tiempos pasados, se dedicaban a apostar quien rompería más cristales en menos tiempo. Aparcó el coche a un lado de la calle, que estaba desierta.

     -Es ahí- dijo señalando el edificio con desgana- hay algunos vampiros, mátalos y nos iremos de fiesta

     -¿Tu no vienes?- pregunté abriendo la puerta del coche- no puedo creerme que vayas a perderte el espectáculo.

     -No- dijo- estoy mal aparcada y no quiero que venga una grúa y se lleve el coche.

     -Está bien- concluí- mataré uno en tu honor.

Salí del coche, y crucé la calle en dirección al edificio. Iba a buscar una entrada lateral, cuando vi que la puerta principal estaba entreabierta. Antes de entrar miré a Iris, sentada en el coche, con una mano sosteniéndose la cabeza, seguía teniendo el mismo aspecto decaído de la mañana, aunque en cuanto la enseñase a bailar, sabía que se le pasaría.

 

Entré intentando ver algo en la oscuridad. Reinaba un silencio sepulcral y profundo, caminé hacia delante intentando adaptarme a la falta de luz. Mis pasos sonaban pesados sobre el suelo polvoriento de la fábrica. Entonces oí un ruido leve, como un siseo, me puse en guardia. Una sensación extraña me oprimió el pecho. Tuve un presentimiento, como el día que sentí la necesidad de correr a casa de mi madre y la encontré muerta, Iris lo llamaba “instinto”. Ese instinto me decía que saliese de allí, que algo no iba bien. Sentí miedo, mucho miedo, me di la vuelta y empecé a caminar de nuevo hacia la puerta sigilosamente, entonces oí el “clic”, la puerta había sido cerrada por fuera. Perdí los nervios, corrí hacia la puerta y la golpeé gritando que volviesen a abrirla, fuese quien fuese quien la hubiese cerrado, pero la persona que estaba fuera, cuya respiración se entrecortaba, no me hizo caso. Trepé por los barrotes de una de las ventanas e intenté separarlos, pero era imposible, ya no tenía fuerza, ya no tenía la fuerza de la cazadora. Llamé gritando a Iris, desde allí veía el coche, pero no la veía a ella. Me incliné más en la ventana para intentar visualizar la puerta por la que había entrado y entonces la vi, vi que estaba en la puerta. Ella era la que la había cerrado.

     -IRIS, HIJA DE PERRA- grité- NO ME DEJES AQUÍ ENCERRADA.

Pero parecía como si no me oyese, y por supuesto no me miraba, no tenía el valor de mirarme, de decirme que por alguna extraña razón me había traicionado. Sentí un escalofrío por la espalda, como si cien mil ojos me observasen.

     -Vaya- dijo alguien a mi espalda- he oído hablar mucho de ti, porque tu eres la cazadora ¿verdad?

Giré la cabeza y le vi. Sin duda era un vampiro, nunca me había dado cuenta lo horrorosos que son, nunca, ni siquiera cuando vi el primero. Reparé en la forma extraña de sus manos en forma de pezuña

     -¿Eres la cazadora? Si, creo que si -dijo- Yo me llamo Kakistos

  

                                                                                        Capitulo 4